A más 137 años después de que Julio Verne nos presentó a la aseguradora La Centenaria, hoy debería estar comentando el oportuno saldo de los resultados de la generación que según él viviría hasta los 100 años, porque de lo contrario cómo va sostener las tribulaciones del chino (Kin Fo) que quería contratar seguros para todos los riesgos habidos y por haber, costase lo que costase y negociados al mejor precio posible aún cuando el salvoconducto de un revés del azar no vejó el banco dónde depositaba todo su dinero y que a la final todos los esfuerzos redundaron en alcanzar beneficios comerciales con La Centenaria. No sin mencionar que por cosas del destino la aseguradora también le compró los riesgos en los supuestos de que el sol ferviente saliera únicamente dos días a la semana y para evitar pérdidas mayores si en tal caso era imposible que el pasto creciera a la misma velocidad a la que debían comer el ganado que transportaban a Kin Fo por China. ¡Soberbio!
¿Debió Verne adornar que la premeditación era ya en sí un problema del riesgo que se aseguraba? O hubiese bastado con facilitarle al propuesto asegurado lo que ya manejaban las aseguradoras de la época como La Buena Fé Reina. El hecho es que al pulpo intelectual de Verne tampoco le pareció muy decorativo para su pecera asomarle a los lectores lo que significan las reservas que deben soportar las aseguradoras para proteger los capitales invertidos en pólizas de vida. Por lo visto, las luces y el oxígeno eran para calmar vértigos espirituales a la oscuridad de los lectores del siglo 19 quienes no accedían a las mismas bibliotecas a las que ya Verne se echaba al hombro.
Y aunque a él se le adjudicaba el descubrimiento de nuevos riesgos sobre la actividad marítima y el estremecimiento notorio en las recomendaciones de los Lloyds con sus publicaciones sobre los difíciles momentos que podía pasar cualquier navío y que posiblemente no estarían cubiertos en las pólizas para fletes de sus clientes, y dado que eso podía esperarse en el Atlántico, en las mismas orillas del Mar Muerto o las apacibles aguas traslúcidas del oriente de Venezuela (ojo: porque lo mismo narraba sobre la Polinesia francesa que sobre las estrellas de mar fosforescentes del caribe, cuando no de los delfines trompetistas de Mochima para luego revolotear el Soberbio Orinoco que a casi 300 años después del primer acercamiento seguía asombrando a las gentes de ojal, monóculos y coloquios a piernas cruzadas sobre sillas aterciopeladas de lo que suponían era el río que abrazaba a Venezuela mientras mojaba las selvas de Colombia y cuanta tierra se delineaba en la verde Amazonas)
¡De todo eso y más se ensalzaba Verne! Y no sin que las pretensiones de modernidad hayan abandonado los amagues por emular sus postulados y aunque sus relatos permanezcan en las estanterías de Ficción. ¡Curiosa y novísima ciencia!
No obstante, en adición a eso, después que Verne narra las cercanías del centro del planeta, subió a la atmósfera y habló incansablemente de riesgos inimaginables, ocurren hechos que sólo caben en lo asombroso y más de uno quisiera saber qué diría hoy respecto a la lava blanca que prorrumpió en Japón:
- ¿Qué efectos sobre las corrientes marinas y las placas superficiales de la tierra se generarían con ese anillo Japón – Ecuador? Acaso nos respondería con ¡la anaconda dragón del siglo XXI!
Y aunque él respondiera o no, si hay elementos que pueden mediar en las actividades del presente y planteamientos que pueden presupuestar indemnizaciones; es decir:
- ¿Cómo ven las reaseguradoras y cómo sitúan esas efervescencias sobre los contratos de seguros y, puntualmente, sobre las coberturas de sismos, tsunami o erupciones volcánicas?
Porque así como brotó lava blanca pudo salir un torrente de minerales comercialmente valiosos que se impregnarán sobre los bienes asegurados:
- ¿Qué pasaría con tales bienes o inmuebles asegurados recuperables y reparables si resultarán bañados en silicio, bauxita, plata u oro?
- ¿Habría demolición de escombros así no se haya contratado la cobertura? Sabemos que no.
Quizás Verne no vislumbró la espuma blanca mientras que si describió cómo es que subyacen enormes volcanes internos del planeta o cómo los minerales pueden ser inflamables; y aún en el año 2016 siguen apareciendo nuevos hallazgos sin que todavía la prensa haya sacado a la opinión pública el extraño caso de las garzas fucsias camaroneras que están emigrando a surcar las aguas sosegadas del oriente de Venezuela y a posarle faramalleramente a los transeúntes que las ven con la espontaneidad paciente de quien admira la belleza de la naturaleza por hábitos de vuelo. Son hechos de la vida real.
@seguros9
No hay comentarios:
Publicar un comentario